Su postura contra esta unión lo llevó a ser asesinado durante una época de intensas luchas políticas.
El reino franco (Regnum Francorum) estaba dividido en varias regiones, de las cuales Austrasia y Neustria eran las más poderosas.
Ambas regiones tenían estructuras de poder independientes y frecuentemente entraban en conflicto.
En 681, Pepino tomó el control del reino de Austrasia como mayordomo, derrotando a sus rivales en Neustria, incluido Ebroín.
En este contexto, los obispos (episcopi) desempeñaban un papel central no solo como líderes espirituales, sino también como figuras políticas influyentes.
La Iglesia estaba profundamente involucrada en los asuntos de estado, y los líderes eclesiásticos eran cruciales para legitimar el poder secular.
Al mismo tiempo, los obispos debían equilibrar sus responsabilidades espirituales con sus roles políticos, lo que a menudo los colocaba en el centro de las disputas entre facciones rivales.
Lamberto, por ejemplo, se enfrentó directamente con Pepino de Heristal al condenar su relación con Alpaida, lo que lo llevó a su martirio.
Estas conexiones con la nobleza no solo lo situaron en el centro de la vida política del reino, sino que también le proporcionaron una educación en la esfera religiosa, lo cual era habitual para miembros de familias nobles con aspiraciones eclesiásticas.
Teodardo desempeñó un papel crucial en su educación, brindándole una sólida formación teológica y moral.
Además de su papel como mentor espiritual, Teodardo también fue una figura paterna para Lamberto, proporcionándole orientación en un momento en el que los obispos no solo desempeñaban un rol religioso, sino que también actuaban como consejeros políticos en la corte del reino franco.
La cercanía con el rey Childerico II resultó ser un factor decisivo en la vida de Lamberto.
Su episcopado se centró en fortalecer las estructuras de la Iglesia y en consolidar la fe cristiana en su diócesis.
Estas alianzas serían clave en los esfuerzos de Lamberto para expandir el cristianismo en las tierras francas.
Como resultado, Lamberto fue exiliado a la Abadía de Stavelot, donde pasó siete años en reclusión entre 674 y 681.
A pesar de estar desterrado, Lamberto siguió profundizando en su vida espiritual y manteniendo contacto con las comunidades que le eran leales, preservando su influencia como líder eclesiástico desde el monasterio.
En Stavelot, Lamberto llevó una vida simple como monje, pero continuó su misión evangelizadora en Toxandria, a través de sus conexiones con otras figuras religiosas.
Según fuentes tradicionales, su reputación de santidad y su firme adhesión a los principios cristianos solo aumentaron durante este tiempo.
Esta colaboración fue crucial para la expansión del cristianismo en una región que, a pesar de las campañas anteriores, aún no había sido completamente cristianizada.
Lamberto, conocido por su estricta adherencia a los valores cristianos, vio en esta relación una violación de los principios morales que la Iglesia debía defender.
Esta postura no solo generó tensiones en la corte franca, sino que también colocó a Lamberto en una posición peligrosa frente al creciente poder de Pipino.
Aunque Lamberto fue apoyado por algunos sectores eclesiásticos, su denuncia constante de la relación entre Pipino y Alpaida lo aisló políticamente.
Aunque Lamberto fue enterrado en Maastricht, su sucesor como obispo, Huberto, trasladó su reliquia a Lieja, que fue finalmente la sede episcopal.