Muchos robles han sido considerados sagrados y consagrados a Thor, dios del trueno en la mitología nórdica.
El más importante de ellos fue el árbol talado por el misionero cristiano anglosajón san Bonifacio a principios del siglo VIII.
El poeta Friedrich Gottlieb Klopstock lo consideraba un símbolo nacional, y asoció con el caudillo bárbaro Arminio en su obra Hermanns Schlacht.
Acababa de encontrarse con Carlos Martel, quien le confirmó el compromiso del Imperio franco en la misión en Turingia y Hesse.
Como el dios Donar no respondió lanzando un relámpago al misionero, el pueblo accedió a ser bautizado[4] estableciéndose así la primera diócesis fuera de las fronteras del antiguo Imperio romano.