Repostero de estrados y mesa

[1]​ Solían ser los reposteros de mesa hidalgos, ataviados y bien dispuestos porque como tenían que servir y hacer su oficio en cuerpo, sin bonete, alcorques ni espada, era bueno que no fueran de fea disposición ni desaliñados.

Pasada la fiesta, tenían que devolver los doseles, paños, tapetes y cojines y todo lo que hubieran cogido de la cámara a entregar al que se lo dio, doblado y como lo recibieron.

Estos reposteros, cuando tenían que hacerse honras fúnebres o componer algún suntuoso mausoleo por memoria o muerte de algunas personas reales y la persona real los quería honrar y mandaba hacerles obsequios en que su persona había de estar presente, tenían que entoldar asimismo y cubrir de paños negros o luctuosos y de sedas negras o brocados y en la forma en que el camarero les ordenara, el mausoleo o monumento y gradas y todo lo que a eso conviniera, en la iglesia, monasterio o parte en que les fuera mandado.

Y para ello, se les tenía que dar todo lo que fuese necesario de la cámara, a la cual, en los oficios diurnos lo tenían que devolver los mismos reposteros porque el escribano de cámara tenía hecho cargo al camarero de todo eso y al que tenía las llaves por él en la cámara.

Pero los escudos de armas que en dicho mauseolo, tumba, gradas y otras partes se ponían pintados por ornato y memoria de la persona real a que pertenecían las insignias, solían tomarlas los mozos de capilla y los cantores y capellanes e incluso, los mismos reposteros.