Al poco tiempo fueron apoyados por el movimiento Lapua y el exjefe del Estado mayor, Kurt Martti Wallenius, quien tomó el bando de los insurrectos.
[2] Los sublevados se negaron a abandonar la zona y reclamaron la dimisión del ejecutivo, así como un cambio en la dirección de la política finlandesa.
Por otra parte, el Ejército finlandés envió unidades al mando del general Aarne Sihvo para una posible intervención en caso de que la rebelión continuase, y desplegó tropas en Helsinki para evitar que se extendiese al resto del país.
[3] La solución se produjo el 2 de marzo, cuando el presidente Pehr Evind Svinhufvud pidió a los sublevados que abandonasen las armas, bajo la promesa de que sólo detendría a los cabecillas del golpe.
El fracaso del golpe fue uno de los pilares que consolidó la joven democracia finlandesa.