Real Sitio de La Isabela

En tiempos de los romanos se aprovechaban unas termas en la margen derecha del río Guadiela.

El doctor Mariano Pizzi y Frangeschi, médico de Madrid del siglo XVIII, supuso que los árabes llamaron al lugar Salam-bir, luego Santaber, que significa “pozo de salud”.

Hacia 1762, en su obra sobre las aguas medicinales, Juan Gayan y Santoyo da más noticias del lugar.

Este médico menciona al Gran Capitán, como usuario de las aguas en los tiempos en que andaba desterrado por la región (hacia 1512).

Con el inicio del siglo XIX,[6]​ el infante Antonio se interesa por esas aguas, que analiza (1800-1), y va con frecuencia a Sacedón para someterse a las curas de agua del balneario.

El infante anima a su sobrino, el rey Fernando VII, el felón, que acude en 1814 por primera vez, para tratar su rebelde mal de gota que ya le aquejaba a pesar de su juventud (tenía 29 años).

Desaparecido Fernando VII, la reina regente, María Cristina, siguió visitando el real sitio, llevando a su hija niña, la futura Isabel II, buscando alivio para un eccema que tenía en las manos.

Este señor los reformó totalmente, haciéndolos de hierro esmaltado e individuales, editando incluso publicidad para darlos a conocer.

Las propiedades sedantes de las termas están entonces suficientemente probadas por ser sus aguas radioactivas.

Acabada la guerra, los muertos en el balneario son enterrados en una fosa común y los locos llevados a un psiquiátrico.

Cuando, en 1942, muere Vega Inclán, sus posesiones pasan a ser propiedad del Estado, entre ellas, el pueblo de La Isabela.

[12]​ Estas grandes obras públicas del régimen pasaron por encima de conjuntos histórico-artísticos importantes, como éste u otros (por ejemplo, Augustobriga en Talavera la Vieja), y su justificación es discutible.

Ruinas Real Sitio de La Isabela y Baños de Sacedón en 2006.