Un ejemplo es el caso de una persona que emplea humor cáustico en una relación interpersonal, y lo justifica interpretándolo como "juego" o "diversión", y no como una crítica o actitud agresiva.
Es importante hacer notar que, para ser considerada racionalización, el sujeto debe creer en la solidez de su argumento, no empleándolo como simple excusa o engaño consciente.
En otros términos –y dando ejemplos muy simples– si el superyó ha instaurado un respeto absoluto hacia todo el prójimo, cualquier acto que contradiga a tal imperativo es susceptible de ser racionalizado con algún subterfugio; por contraparte si el superyó que se ha establecido en el sujeto le facilita actitudes negativas (supongamos a alguien criado en un ambiente altamente etnocéntrico de modo que el "extraño"–el otro cultural o social– es percibido como "inferior") hacia el prójimo "extraño" o "extranjero", ante la percepción consciente de reproches o reacciones, el sujeto racionalizará de acuerdo a lo establecido por el superyó e intentando acomodarse al principio de realidad.
En su trabajo La racionalización en la vida cotidiana, Ernest Jones introdujo este vocablo en el lenguaje psicoanalítico.
El espectro psicopatológico que abarca es muy extenso, pues va desde el pensamiento del sujeto normal hasta los verdaderos delirios.