Por otra parte, en el curso medio final del Trabancos se ha identificado un glacis, posiblemente Cuaternario, que el autor Alfredo Pérez-González denomina «superficie de Alaejos», cuya cobertera es variada: suelos rojos argílicos, coluviones de cantos de cuarzo y cuarcita, etc.[1] Las terrazas fluviales del Trabancos únicamente se han detectado en la margen izquierda del río, sobre el Mioceno, debido a que el fuerte desnivel de la margen opuesta, por la gran potencia erosiva ocasionada, impide su génesis o, al menos, su conservación.
La terraza TT-3, en cambio, es la mejor conservada; aunque, ciertamente, su altura sobre el cauce del arroyo no es constante, resalta claramente sobre la llanura de inundación.
También la denominada terraza TT-2 se conserva bastante bien, aunque está mucho más cortada por otros arroyos afluentes de, Trabancos.
Este insignificante curso de agua tiene una escasa o nula importancia hidrográfica, pero, al menos hasta el siglo XIII, tiene un papel no desdeñable en la historia de la Meseta Norte española.
[3] En ambas zonas se han recogido, en superficie, materiales líticos propios del Achelense: núcleos de extracciones centrípetas y desorganizadas, lascas Levallois y lascas Kombewa, cantos tallados, bifaces.
Hasta la época tardorromana no encontramos más noticias arqueológicas seguras: a menudo se atribuye este vacío al tipo de terreno y a la dureza del clima en la zona estrictamente pertenecientes al valle del Trabancos; tal vez esta debió ser una zona de nadie entre vaceos y vetones, una zona fronteriza,[4] cual parece ser la vocación de este humilde río.
Tan solamente en Siete Iglesias de Trabancos han aparecido restos muy escasos y ambiguos que recuerdan a la «cerámica a peine» de la Edad del Hierro.
Se sabe que los árabes asentaron a sus aliados bereberes en el valle del Duero, entre los años 711 y 740.
Pero la mayoría de estos muladíes abandonaron el lugar por una durísima sequía habida entre los años 750 y 753.
Solamente los núcleos más importantes sobrevivieron (Medina del Campo, Olmedo, Alcazarén, Tordesillas, etc).
Durante la conquista cristiana se puso poco énfasis en repoblar estas tierras, pues era esencial para los monarcas consolidar zonas más estratégicas: en el siglo XI era prioritario el sur del Sistema Central, por eso, la Tierra de Medina del Campo se dejó para el siglo XII.
Casi todos estos torrejones están en lugares ya despoblados (excepto los de Castrejón y Alaejos, ambos convertidos en castillos, más adelante).
Eran estructuras relativamente sencillas, cuadradas u ovales, con varios pisos, todo hecho de cal y canto, a veces con ladrillo.
Estas fortalezas se reforzaron en los siglos XII y XIII debido a las disputas entre ambas coronas; pero parecen ser más abundantes en la parte castellana (el Trabancos) que en la leonesa (el Guareña).
[10] Por fin, la corona de ambos reinos volvió a una sola cabeza, la del rey Fernando III.
Pero, asimismo, hay numerosas rapaces protegidas; las más abundantes son el Aguilucho Cenizo (Circus pygargus, 50 parejas) y el Cernícalo primilla (Falco naumanni, casi 150 parejas), pero hay halcones, azores, ratoneros, lechuzas, etc.