Plaza de toros de Ronda
Para ello, este cuerpo dedicó un espacio de la ciudad para los ejercicios ecuestres, entre los cuales, como es tradicional en España desde la Edad Media, se incluyeron los juegos de destreza con toros.La bravura de este animal al acometer a caballos y jinetes servía de inigualable entrenamiento a los caballeros, y se convertía en un emocionante espectáculo para toda la población.Pedro y su hermano José Romero fueron retratados por Goya y por Eugenio Lucas Velázquez, retrato que pertenece a los fondos pictóricos de la colección Pedrera Martínez.El toreo se profesionaliza y crece la necesidad de recintos cerrados con espacio para los espectadores que sufragan los gastos mediante las entradas; aparecen entonces las primeras plazas exentas.El 23 de enero, hace extensible esta solicitud a Carlos III en colaboración con el Cabildo.Fuerte impulso en la construcción: en un documento de la Institución que lleva el significativo título de La Obra, se especifica lo gastado hasta el momento, 87.703 reales.Año clave en la historia de la plaza, en la que se venían celebrando festejos con las obras sin concluir.Actuaron como espadas Pedro Romero y Pepe Hillo, máximos representantes de las escuelas rondeña y sevillana, los dos estilos que dividían a la afición del momento.Esta Pragmática no afecta a las funciones de la Plaza de Maestranza, en las que sí se corren toros, realizándose por lo general dos festejos.En septiembre se termina la portada principal, obra del cantero rondeño Juan de Lamas.Sus restos, que según se contaba habían sido enterrados junto a los chiqueros, aparecieron durante unas intervenciones posteriores.Antonio Ordóñez creó la mundialmente conocida corrida Goyesca en referencia a las costumbres y vestimentas del pintor Francisco de Goya y Lucientes.La construcción de la plaza duró seis años, y fue inaugurada en 1785 con una corrida de toros en la que actuaron Pedro Romero y Pepe-Hillo.Sus dos figuras fundamentales fueron Cayetano Ordóñez (1904-1961) y su hijo Antonio Ordóñez (1932-1998), que despertaron, por su manera de concebir el toreo, el interés de personalidades como el cineasta Orson Welles y del escritor estadounidense Ernest Hemingway, a los que dedicó obras como Fiesta y Muerte en la tarde.