Es evidente que por la especie de árboles que decora los paseos públicos y plazas, con hojas de tipo palmiformes y caducas; pero es la única estación en la cual no hay un solo plátano.
En su propiedad, que llegó a tener 150 hectáreas, parquizó con especies exóticas los senderos con gran estilo paisajístico, existían muchas araucaria, plátanos, cedros, palmeras y sobre construyó, con la intervención del arquitecto Joaquín Mariano Belgrano, un hermoso casco de estancia, que denominó Quinta Grande, que tenía 950 m².
También se utilizaba para refrescarse en verano las aguas del arroyo “Las Conchitas” (ahora Plátanos), en ese momento no estaba contaminado; en donde se navegaba hasta la desembocadura, en puerto Colares, antiguo puerto contrabandista.
El personal, en verano, llegaba a más de 30 personas, muchas se radicaron en la zona.
En 1952, comenzó la producción de Fibrana, y la contaminación del arroyo, por sus efluentes industriales.
Sus restos hoy son contrapisos, en las viviendas cercanas, sus ladrillos deben ser precarios muros y algún macetero adorna una casa sobre el barrio Bustillo.
En el mismo 2002, la Provincia cedió la propiedad a la Municipalidad, y formó el polo industrial.
El suministro de electricidad emanaba del Colegio de Monjas y esta red era tan disfuncional que en la hora pico la gente reemplazaba las bombitas a 110 voltios.
Operarios se quejaban de problemas oculares debido a ácido sulfúrico.
La deficiente infraestructura obligaba a la población al agua de bomba junto con las cámara séptica con los obvios riesgos sanitarios, un problema general del Gran Buenos Aires.