Escaló todas las graduaciones a que podía aspirar un criollo provinciano, llegando a ocupar el cargo de lugarteniente de gobernador en 1749.
Tres años más tarde, se le encomendó la tarea de conducir el Real Situado desde el Perú hasta esa ciudad, función que se conocía en la época como situadista.
En 1775, el gobernador del presidio Joaquín Espinosa Dávalos solicitó al presidente Agustín de Jáuregui y Aldecoa que designase a Henríquez para asumir interinamente la veeduría de la plaza; sin embargo, éste rechazó la proposición, argumentando que se hallaba viejo y enfermo.
Jáuregui, a la luz de las recomendaciones recibidas en el sentido de que Henríquez era un oficial responsable, honorable y probo, determinó que no existía razón para que éste no ocupara el cargo, y lo conminó a aceptarlo.
Cansado y achacoso, falleció al cabo de cuatro años de ejercicio en el puesto.