Dicha palabra proviene del latín pati, que significa sufrir.
Aristóteles en sus Éticas alude a esta virtud como: La paciencia es un rasgo de personalidad prudente.
Santo Tomás de Aquino considera no solo la actitud paciente, sino el hábito que facilita mantener esa actitud: El cristianismo tiene a esta virtud personificada en la vida de personajes bíblicos como Job o el mismo Jesucristo.
Mientras que la paciencia no es una de las tres virtudes teológicas bíblicas tradicionales ni una de las virtudes cardinales tradicionales, es parte del fruto del Espíritu Santo, según el Apóstol Pablo en su Epístola a los Gálatas.
En Gálatas, la paciencia se muestra como parte del «fruto del Espíritu»: «el amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo contra tales cosas no hay ley».