En 1956 fracasó un levantamiento cívico-militar de inspiración peronista, contra la dictadura autodenominada Revolución Libertadora, liderado por el general Juan José Valle.
Graciela Alicia Foglia enseña en su artículo que el narrador “observa el mundo desde el lugar de las víctimas, confunde su voz con la de las personas que entrevistó, se apropia de palabras y modos, es así que se acerca a ese mundo, intenta conocerlo y entender lo acaecido” (Foglia 56).
[5] Hay una tensión entre la historia oral y la historia escrita ya que se encuentra en la escritura de Walsh no sólo la representación de los testimonios, sino también la percepción y la interpretación del autor, o sea, una crítica social; por ejemplo, la injusticia y la ignorancia de la sociedad como la radio no se ha hecho ninguna referencia a la ley marcial o los acontecimientos.
Además, se ve el papel de Walsh en el libro como un narrador al principio cambia a un investigador y eventualmente se convierte en un denunciante cuando ha llegado a la verdad de los hechos.
Aunque el libro muestra que decir la verdad no puede cambiar nada en este país durante este tiempo, Walsh deja claro acerca de su intención: una necesidad para la búsqueda de la verdad y una paz democrática.
Usando las descripciones cortas y acciones rápidas, la técnica narrativa que define el estilo se asemejan a los acontecimientos subversivos.
La violencia, sin embargo, no sólo se basa en los hechos, como esto ha llevado a descubrir posibles problemas sociales detrás de él.
Las cinco personas asesinadas fueron Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Alberto Lizaso, Mario Brión y Vicente Damían Rodríguez.
Los siete sobrevivientes fueron Reinaldo Benavidez, Rogelio Díaz, Horacio Di Chiano, Norberto Gavino, Miguel Ángel Giunta, Juan Carlos Livraga y Julio Troxler.
Elegirá una forma llana de escritura, manteniendo un cuidadoso equilibrio entre lo novelado y lo testimonial.
[6] Sin embargo, hay momentos en que la verdad se vuelve incierta debido a las confusiones, la falta de testigos o la contradicción entre los testimonios.
Hoy se sabe que esa iniciativa fue de Walsh, preocupado por la negativa de las editoriales a publicar el libro, como él mismo lo dice en una difundida frase escrita en el prólogo: Las autoridades comenzaron a interesarse por sus escrituras y un periodista que compartió la misma oficina y sus iniciales con Walsh fue llevado a la policía en La Plata.
Walsh se presenta en el Estudio Ramos Mejía, donde funcionaba el semanario Azul y Blanco, y pide hablar con el dirigente nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo, quien era director de esa publicación, y es así que la primera edición del libro aparecerá unos meses después en Ediciones Sigla, que era sostenida por Jorge Ramos Mejía y propiedad de Sánchez Sorondo, con el título: Operación Masacre: un proceso que no ha sido clausurado y un dibujo pequeño del célebre cuadro de Los fusilamientos del tres de mayo Goya.
[2] El híbrido del periodismo y la literatura da nacimiento a un nuevo género literario, no ficción o novela testimonial.
Walsh combina los materiales reales que él encontró de la investigación con estrategias narrativas.
Lo que hace a las obras latinoamericanas diferentes es el énfasis en los eventos atribuidos al mundo real.
[11] Según Foster, Walsh retrata la realidad brutal de América Latina por medio del interés novelesco.
Él crea suspenso y se niega a dar una explicación completa del misterio.
Así, el autor se centra más en las relaciones y reacciones de los participantes.
Por lo tanto, hay un texto, la secuencia final, que no está incluido en el libro original.