Los aviones israelíes volaron además a baja altura para evitar el radar enemigo y por debajo de la altura mínima que necesitaban los cohetes antiaéreos SA-2 egipcios para interceptar aviones.
Así, de modo repentino los aviones israelíes atacaron once bases enemigas, sorprendiendo a las escuadras con sus aviones en tierra, y con tardía respuesta de la también desprevenida defensa antiaérea, usando los israelíes las bombas Matra Durandal que inutilizaron las pistas atacadas e impidieron que los aviones egipcios pudieran siquiera despegar para defenderse.
Tras volver a sus bases en Israel, verificar el estado físico de los pilotos y recargar combustible y municiones, en un lapso de tan solo siete minutos, la segunda oleada de la IAF atacó catorce bases egipcias, volviendo a sus bases con pérdidas mínimas.
Esa segunda oleada, tras aterrizar en sus bases y volver a repostar combustible, dio paso a una definitiva y demoledora tercera oleada de ataque, que selló, inapelablemente, la suerte de las fuerzas aéreas de Egipto, Siria y Jordania.
La respuesta de Siria, Jordania e Irak a los ataques israelíes fue poco efectiva, ya que la mayoría de las incursiones que lanzaron se dirigió contra objetivos civiles.