La ocupación alemana fue relativamente pacífica hacia los daneses en los primeros meses y, a diferencia de lo ocurrido en los Países Bajos o Noruega, Hitler no presionó para que se disolviesen todos los partidos políticos y se estableciese un gobierno títere de nazis daneses.
También cabe anotar que la posición geográfica de Dinamarca y su pequeña extensión ayudaba a que su defensa fuera relativamente sencilla contra ataques externos (a diferencia de Noruega, con su larguísima costa atlántica).
Por lo tanto, no era susceptible de transformarse en frente de guerra, siendo innecesario un control totalmente nazi del país o una represión militar violenta contra un pueblo que además resultaba étnicamente tan similar al germano.
Los partidos políticos decidieron eliminar en lo posible sus divergencias ideológicas y presentar un solo frente contra las autoridades alemanas (lo que implicaba incluir en el gabinete a representantes de casi todos los partidos no prohibidos por los nazis).
Pese a estas presiones externas, aún era visible que Dinamarca sería «bien tratada» por los alemanes (al menos en comparación con el resto de países ocupados) mientras colaborase con el esfuerzo de guerra alemán.
Este hecho causó que los alemanes desistiesen definitivamente de imponer un gobierno títere formado por nazis locales, aunque les permitieron a estos formar organizaciones paramilitares y enviar contingentes daneses para luchar junto a la Wehrmacht contra los soviéticos.
En otros casos, se prefirió simplemente asesinar (sin juicio de por medio) a tales sospechosos.
A la vez se intensificó el terror policial de la Gestapo contra la resistencia antinazi y sus simpatizantes.
Los soldados alemanes estacionados en Dinamarca capitularon casi sin resistencia y la ocupación terminó.
Cuando en septiembre de 1944 los nazis disolvieron la policía danesa, unos 2.000 agentes fueron arrestados y deportados a Alemania, donde murieron 90.