[4] En el año 2014, un caso con algunas similitudes,[5] puso de nuevo en vilo a Florencia.
Tras años sin respuestas, varias teorías apuntaban que los posibles culpables podrían estar relacionados con una secta satánica.
Fue condenado por ello Stefano Mele, el marido celoso, quien habría organizado una emboscada a su mujer, y que se declararía culpable.
Según las investigaciones de Mario Spezi, a Mele le acompañaban Salvatore y Francesco Vinci, que habrían participado en el crimen.
Salvatore trabajó como albañil, mientras que Francesco se integró en los ambientes de la pequeña delincuencia.
El matrimonio alquiló un cuchitril en un barrio obrero y Bárbara siguió viendo a Salvatore.
Poco después le sustituyó por su hermano Francesco, más macho, y después por otro amante, Antonio Lo Bianco, que se ufanaba de conseguir a la mujer, lo que al final le llevaría a la muerte.
El 10 septiembre de 1983 se encontró en Giogoli una furgoneta Volkswagen con dos hombres asesinados siguiendo las pautas del Monstruo.
Esta vez las sospechas cayeron sobre Salvatore Vinci y se hizo una investigación en Cerdeña para descubrir que todo indicaba que el supuesto “suicidio” de Barbarina había sido un montaje para matar a su mujer, además era un hombre con gustos sexuales violentos y maníaco sexual.
Mató a bocajarro a la mujer y disparó varios tiros al hombre (de 25 años y atleta) que pudo salir huyendo, pero al que dio alcance hasta clavarle el cuchillo por la espalda.
[12] Tras este asesinato se solicitó la colaboración de la ciudadanía y se recibieron muchas cartas entre ellas una carta anónima que acusaba al viejo Piero Pacciani, un depredador sexual y violador que había matado a un hombre en 1951.
La estrategia era comenzar por demostrar su culpabilidad en la muerte de Barbarina, "suicidada" en 1961, para luego avanzar con los demás crímenes.
[11] El comienzo de su estrategia había sido un patinazo y Vigna lo aprovechó para buscar otra pista.
Tras el error de Rotella se incorporó un nuevo jefe policial Ruggero Perugini.
Solo hacía falta encontrar las pruebas para encausarle, y en eso se centro Perugini.
Spezi consiguió el testimonio del jefe de carabineros considerando que esta bala y otras pruebas habían sido “puestas” por la propia policía.
También fueron testigos los viejos colegas de Pacciani de la Casa del Popolo, personas sin estudios y bastante ignorantes, que también serían detenidas por la supuesta implicación en los crímenes: Mario Vanni y Giancarlo Lotti, quienes confesaron que los crímenes habían sido producto de la estrecha colaboración entre Pietro Pacciani, Mario Vanni, Giancarlo Lotti y Giovanni Faggi.
Giancarlo Lotti (apodado "Katanga", negrata) declaró en falso haber ayudado a Pacciani con varios de los asesinatos del Monstruo, Lotti era conocido como el tonto del pueblo de San Casciano.
Ante la jugarreta judicial del último momento apareciendo con cuatro testigos, el juez Ferri lo desestimó y anunció la absolución de Pacciani.
Giuttari entró en acción; organizó las pruebas y preparó la acusación para el nuevo juicio contra los “compañeros de merienda”.
Pronto se descubrieron quienes eran los testigos secretos, pobres diablos de los bajos fondos: un débil mental, Pucci, una prostituta alcohólica Ghiribelli, un proxeneta, Galli, y Giancarlo Lotti quien se había autoinculpado diciendo que había ayudado a Pacciani, y que era un alcohólico que sobrevivía gracias a la caridad.
Después de todo este tiempo sus testimonios, que al principio tenían muchas contradicciones, empezaron a encajar.
Lotti pasó de ser un pobre diablo del que todo el mundo se reía a ser un testigo “principal” mimado y cómplice del Monstruo, siendo el centro de atención de todo el país, con habitación, comida y vino gratis en Arezzo, una bella ciudad medieval.
El presidente del Tribunal de Apelación, Francesco Ferri, estaba consternado con esta nueva investigación.
A lo largo de una detallada y pormenorizada descripción defienden la pista sarda, aquella que relacionaba el asesinato en Cerdeña perpetrado en 1968 por Stefano Mele, con los asesinatos de Florencia, pues el arma siempre fue la misma.
También otro intelectual francés, Jean Pierre Angremy, miembro de la Academia y cónsul en Florencia escribió otra novela basada en los crímenes “Une ville inmortalle” (1984) Otras obras reseñables son: