Miguel Giménez Igualada

[2]​ Durante su juventud ejercerá distintas profesiones (taxista, vendedor ambulante, capataz de una industria azucarera, maestro racionalista, conferenciante, etc).

[3]​ Él describe al anarquista como aquel que no acepta «que nos sea impuesto un pensamiento y a la de no permitir que un pensamiento nuestro pese sobre ningún cerebro, oprimiéndolo, es a lo que yo llamo anarquismo, ya que anarquía no es para mí sólo una negación, sino una doble actividad de la conciencia: por la primera, consciente el individuo de lo que es y significa en el concierto del mundo humano, defiende su personalidad contra toda exterior imposición; por la segunda, y aquí radica toda la gran belleza de su ética, defiende y ampara y estimula y realza la personalidad ajena, no queriendo imponérsele».

Aunque predique amor, no será amoroso; aunque hable de libertad, sólo concebirá la libertad condicionada por aquél o aquello que lo domina, y esa libertad tiene todo el carácter de esclavitud: religión que ató su vida a credo exterior, que lo subyuga».

[3]​ Igualada expone un pacifismo radical cuando afirma que «cuando digo que por medio de la guerra no hallará nunca la paz la humanidad, fundamento mi afirmación en el hecho de que los más pacíficos son los menos creyentes, por lo que, deduciendo, se puede asegurar que el día feliz y dichoso en que el acto bélico (religiosidad es belicosidad) sea extirpado de las conciencias, la paz existirá en la casa del hombre, y como de las conciencias no se arrancan las creencias sino por un acto trascendentalmente educativo, nuestra labor no es de matanza, sino de educación, teniendo bien presente que educar no es en ningún caso domesticar».

El hincapié que sin cansancio debe hacer el anarquista es el de que nadie debe explotar a nadie, ningún hombre a ningún hombre, porque esa no-explotación llevaría consigo la limitación de la propiedad a las necesidades individuales».