Por su heroica y decisiva intervención en la batalla de Alcañiz contra los franceses (1809) fue ascendido a mariscal de campo y recibiría la Laureada de San Fernando, creada por las Cortes de Cádiz, la recompensa militar española más prestigiosa, siendo los primeros hechos de armas en ser galardonados con esta importante distinción.
En dicha batalla dispuso con enorme acierto la ubicación de las seis piezas de artillería con las que contaba él en las fuerzas españolas, esperando a dar las órdenes de fuego, con gran serenidad y sanfre fría, a que las tropas enemigas estuvieran casi encima, desbaratándolas y poniéndolas en fuga.
Como director general de Artillería y del Real Colegio de Artillería, en los años de 1810 a 1822, puso todo el empeño en que este último volviese a la normalidad tras la Guerra de la Independencia, recuperando su sede original del Alcázar de Segovia y su elevado nivel docente.
Para ello amplió y mejoró sus equipos e instalaciones, inaugurando un gran laboratorio de química y otro de ciencias naturales y procediendo a la compra del Gabinete de Mineralogía del gran naturalista Don Casimiro Gómez Ortega, uno de los más importantes de Europa en su tiempo, que ha llegado hasta nuestros días.
En 1816 dio a la imprenta un importante Tratado de Artillería, que tendría notable influencia en varias generaciones de artilleros.