La ciudad, situada sobre un cerro rocoso y fuertemente amurallada, parecía ser inexpugnable para las armas de la época.
Habiendo sacado a pastar sus carneros fuera de la muralla junto con otros dos pastores árabes, fueron encontrados por los soldados, que dieron muerte a sus acompañantes.
[3] El relato fue recuperado en el siglo XVI por Antonio de Santa María en Vida de San Julián y por Francisco Escudero en Vida y milagros del glorioso San Julián, que desconociendo la crónica de Giraldo asentaron como auténtica lo que ya por entonces era una tradición popular.
[4] La inverosimilitud de la historia motivó que a principios del siglo XVII, Juan Pablo Mártir Rizo la reputara como absurda en su Historia de la muy noble y leal ciudad de Cuenca;[5] a finales del siglo XVIII sería Gaspar Ibáñez de Segovia quien la calificara de dudosa en la Crónica del rey D. Alonso el Noble,[6] opinión que a mediados del siglo XIX compartiría José Amador de los Ríos.
[8] Poco después, Trifón Muñoz y Soliva resaltó las incoherencias anacrónicas de Giraldo, las sospechosas semejanzas que su historia tenía con el episodio homérico de Odiseo y Polifemo y la falsa condición de Giraldo de canciller, concluyendo que su relación era apócrifa.