[3]Su padre, José Roso y Bober, era un ingeniero que trabajó en las minas de fosfato.
Antes de esos años ya era conocido por sus descubrimientos arqueológicos en Extremadura, citados por Marcelino Menéndez y Pelayo.
[5] En sus libros, Roso aplicó la doctrina teosófica a múltiples campos, como la musicología (Beethoven, teósofo, Wagner, mitólogo y ocultista), Las mil y una noches (El velo de Isis), los mitos precolombinos (La ciencia hierática de los mayas) y el folclore español (El libro que mata a la Muerte, El cual describe hechos del mundo antiguo).
Fue colaborador habitual en diversas publicaciones: periódicos como El Globo, El Liberal, La Libertad o La Voz de Extremadura; revistas como La Esfera, Nuevo Mundo, Nuestro Tiempo, El Telégrafo Español, El Álbum Ibero-Americano, La Ciudad Lineal, Revista de Extremadura, Alma Extremeña, Revista del Ateneo de Madrid, Boletín de la Real Academia de la Historia, y, por supuesto, revistas teosóficas como Sophia (Madrid), El Loto Blanco (Barcelona), Boletín Mensual del Ateneo Teosófico, Zanoni (Sevilla), Vida y Ciencia (Sevilla), La Luz del porvenir (Valencia) o Lumen (Tarrasa) y también en algunas extranjeras como La Verdad (Buenos Aires), La Cruz Astral (Chile), Virya (Costa Rica), O Pensamiento (Sao Paulo) o Isis (Lisboa).
El Ayuntamiento de Madrid, tras su muerte, dio su nombre a la calle en la que pasó sus últimos años, pero con la llegada del régimen franquista, se volvió a la anterior denominación, que aún conserva (calle del Buen Suceso).