Su formación se debe a la delgada capa de polvo brillante y muy fino que recubre la mayoría de la superficie del planeta, que cuando pasa un torbellino se levanta, exponiendo a la vista el terreno oscuro subyacente.
Se trata de un fenómeno efímero, y en unas cuantas semanas el suelo recupera su color brillante anterior debido al arrastre sistemático del polvo asociado a la acción del viento o a alguna forma de oxidación causada por la exposición al sol y a la atmósfera.
Los gases calientes entonces ascienden muy deprisa a través de las capas más frescas, formándose un vórtice giratorio que se desplaza sobre la superficie.
[1] Estos torbellinos de polvo han sido observados tanto desde la Tierra como desde naves en órbita.
[2] Se ha comprobado que el patrón de las marcas cambia cada pocos meses.