Francisca, al quedar huérfana muy joven, entró como educanda en el convento de Martos al amparo de su tía, y en su adolescencia y sintiendo el deseo de quedarse en el convento como monja, pidió ser admitida en la comunidad.
Quedó por tanto al servicio de la Iglesia y ayudando a los más necesitados con sus oraciones, desde la clausura de su monasterio.
Sor Encarnación junto con su tía encontraron refugio en casa de su hermano, Ramón.
Allí hacían una vida muy similar a la del convento, entre oraciones y trabajos, y dando una mano en las labores del hogar familiar.
[3] Francisca sufrió el martirio únicamente por su condición de religiosa, puesto que toda su vida la pasó encerrada tras las rejas de su monasterio, no pertenecía a ningún bando dentro de la guerra que azotaba España a inicios del siglo XX.