Para una madre pobre la falta de leche era un problema importante porque difícilmente podía pagar a una nodriza.
Estas instituciones facilitaban leche de vaca maternizada cuando la madre no podía lactar a su hijo.
Hasta los años treinta del siglo XX no se realizaban transfusiones de sangre y la penicilina comenzó a utilizarse en 1946 en España.
[3] Los higienistas consideraban, a finales del siglo XIX, que la ilegitimidad y la miseria aumentaban las probabilidades de que una mujer abandonase a su hijo porque las solteras embarazadas, en muchos casos, sufrían el rechazo en su hogar familiar y luego, cuando parían, no podían trabajar, y si lo hacían solo contaban con su escaso salario para subsistir en trabajos precarios como nodrizas o en el servicio doméstico.
La recuperación del niño tras el abandono era poco frecuente y normalmente era la propia madre la que se hacía cargo en solitario de la criatura.