La Virgen detiene con su diestra un alma próxima a caer en las fauces de un dragón que representa al pecador y al infierno.
Dos ángeles mantienen sobre la cabeza de la Virgen una corona imperial; tres serafines están bajo sus pies, y otros de cada lado completan el cuadro.
Se dice que el Sacerdote Jesuita Juan Antonio Genovesi, que residía en Palermo (Sicilia), deseando tener una imagen de la Virgen para llevarla en sus misiones, se la pedía con insistencia a la misma Virgen.
Cierta persona, que algunos dicen que era una religiosa, dijo que María se le había aparecido manifestando su voluntad que se pintase la imagen tal y como se había presentado; como esta primera pintura no fuera del agrado de la Virgen, ofreció la propia Virgen María estar presente ante su sierva, a fin de que esta pudiera ir dirigiendo al pintor cuando trabajase en la obra, aunque el pintor no la vería.
Terminando el Cuadro, sonriendo la Virgen, dispuso que se le invocara con el título de Madre Santísima de la Luz; bendijo el Cuadro y aseguró que colmaría de favores a cuantos la honrasen e invocasen bajo dicho nombre.