Cuando se instaló en París, su gran talento le ayudó a convertirse en organista de varias iglesias.
En contestación a aquel incidente, se le habría aconsejado amablemente marcharse al exilio, con el fin de evitar penas más severas (si bien Luis XIV, a pesar de todo, le había tenido siempre un gran afecto).
La historia, no obstante, es narrada por diversas fuentes alemanas de la época pero ninguna francesa, lo que pone en entredicho su veracidad.
Vuelve a Francia para terminar una carrera más discreta de organista y profesor.
Las pocas obras que han sobrevivido en la posterioridad son suficientes para confirmar el gran talento de Louis Marchand.