Tenían grandes influencias en la capital del estado y muchos policías a sus órdenes.
En los años veinte, las pieles se pusieron de moda y los tramperos isleños vieron incrementarse sus ganancias.
Cientos de tramperos isleños que se mataban a trabajar en los emponzoñados pantanos para cazar ratones almizcleros veían cómo las autoridades se convertían en millonarias mientras ellos no lograban ahorrar un solo dólar.
Mientras disparaban, gritaban que iban a cenar caldo de isleños.
El Sheriff no se atrevió a detener a un solo isleño y llamó al Gobernador, el cual decidió dejar las cosas como estaban, al comprobar que la paz se había restablecido.
Gracias a ella se conoció en Estados Unidos la corrupción que había en San Bernardo.