Otras veces, el subjetivismo de los románticos invade su verso y lo emparenta con algunos ejemplos típicos –sobre todo con Heine.
Una experiencia continuada e importante, durante largos años en que fue profunda sentido ejecutante y compositora de Música, trasciende a sus versos y los relaciona con el simbolismo[1]El volumen consta de 41 poemas, cuya selección casi total pertenece a la autora, así como su revisión y disposición.
Sin embargo, es evidente su filiación a una poesía métrica, pues en el poemario predominan, en más de la mitad del total, las composiciones en versos octosilábicos, ya sea en cuartetas o en tiradas de versos con rima asonante[nota 4] Asimismo, también forma parte del repertorio métrico el endecasílabo, especialmente en composiciones de silvas, en las que se utilizan en menor frecuencia también heptasílabos y pentasílabos.
En ese mismo año, su hermano Carlos Vaz Ferreira concluyó la edición y publicó el volumen.
Y así el nombre límpido viene a ser como una clave en todos lo versos contados en la obra, y directísima clave de algunos poemas esencialmente orientados a cantar la soledad[1]En este sentido, el canto (la concepción de una poesía hecha para cantar) es el vehículo expresivo por el cual las preocupaciones temáticas y personales se manifiestan en formas que sugieren la complejidad de su sustancia.
[4] Una opinión semejante ofrece Carla Giaudrone, quien señala que ante esta poeta nos encontramos ante una nueva subjetividad femenina en la literatura uruguaya, ya que desde su perspectiva, en el ámbito de la crónica se había presentado una visión hegemónica: “la figura de María Eugenia Vaz Ferreira representa una novedad en el ambiente cultural rioplatense de principios de siglo XX, desde el momento en que el sujeto lírico en su obra consigue devolver la mirada del flaneur-voyeur, introduciendo, de esta forma, una nueva subjetividad en el espacio urbano modernista” [5] (312).