El audaz empujón de la burguesía precapitalista había ido olvidando a las viejas clases políticas y aristocráticas.
Hacerse retratar se convirtió en un símbolo de progresión general y gracias a la fotografía esto fue posible.
Aunque los pintores siguieron creando miniaturas, éstas fueron completamente sustituidas por el retrato fotográfico.
Fue la aparición los 'retratos en tarjeta', patentada por Disderi en 1854, la que vino a generalizar completamente el retrato fotográfico.
Rápidamente, la ambrotipia fue dejando paso a la auténtica fotografía popular del siglo XIX, la ferrotipia.
En 1897, los técnicos catalanes Pedro Cabanach y Rafael Calvet idearon una máquina automática para hacer ferrotipias que aparentaba un artístico templete adornado con piezas de metal pulido.
En 1862, el retratismo se había convertido ya en una auténtica industria que ocupaba a cientos de profesionales.
Desgraciadamente, su obra, olvidada en trasteros, ha permanecido escondida demasiados años o simplemente, ha acabado convirtiéndose en polvo.
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