Melchorita Saravia, criolla, nace en un hogar católico, aunque pobre y campesino.
En su pueblo natal, al principio no había templo, pero ella desde muy joven se alistaba muy temprano los domingos y días de fiesta para ir a pie unos cinco kilómetros de Chincha Alta para oír la primera misa que era celebrada a las cuatro de la mañana y recibir la Sagrada Comunión, asimismo.
Dios parece haberle complacido en sacar del anonimato a un alma sencilla, del pueblo, del campesinado criolla, de esa gente tan sufrida y tan frecuentemente despreciada y maltratada, para manifestar una vez más, que ante Dios, lo que vale no son las riquezas, no los títulos de nobleza o alta alcurnia, sino la virtud y la sanidad.
Con su amor a la Eucaristía fue desarrollándose en una gran amor a la riqueza de alma y cuerpo, una clara conciencia de sus deberes religiosos para cumplirlos estrictamente y un gran horror el pecado mortal.
Era también muy grande su devoción a la Virgen Santísima, en su honor rezaba todos los días el Santo Rosario.
Al día siguiente se realizó el entierro, el cortejo fúnebre partió de Grocio y como no había cementerio hubo que llevarla a enterrar a Chincha.
de Poicón quien compraba, los sombreros que tejidos por Melchorita, mas estando esta grave en el Hospital le sucedió un caso al que Josefa no dio importancia, pero después al averiguar las circunstancias quedó muy sorprendida.
Sucedió, que caminando Josefa Flores por las calles de chincha se encontró con la paciente y abrazándose esta le dijo: “Estoy enferma.
Recién salgo del hospital me quieren llevar a Lima, pero mi situación no lo permite.