Una beca del Ayuntamiento de Bayona le permitió instalarse en París, en donde en 1854 entró en el taller de Léon Cogniet, y, ya en 1857, marchar a Roma, en donde permanecería hasta 1860.
[1] Su Cristo en la Cruz y El martirio de san Dionisio le proporcionaron gran fama, lo mismo que sus expresivos retratos de celebridades contemporáneas.
En su madurez se consagró como retratista; representó a la élite política y empresarial bajo estética velazqueña, ante fondos neutros con una gama cromática reducida, mayormente terrosa.
Tuvo muchísimos alumnos ilustres, que le deben el haber aprendido la libertad de ejecución, tales como Toulouse-Lautrec, Georges Braque, James Ensor, Graciano Mendilaharzu, Edvard Munch y William Anderson Coffin,[2] y también a la pintora finlandesa Ada Thilen,[3] pero perdió vigencia en sus últimos años y es un autor mal conocido ahora, al menos si se le compara con los impresionistas.
Las pinturas de sus últimos años, como su autorretrato del Museo del Prado[4] desdicen a sus detractores, que lo consideran un pintor académico; en este ejemplo podemos apreciar una pintura muy evolucionada, a partir de su admiración por los maestros españoles Velázquez y Goya, utilizando una pincelada no sólo brava sino también resolutiva, sin atender a criterios formalistas, arañando el pincel y utilizando la espátula, a la vez que hace gala de una gama cromática más colorista que en sus años juveniles.