En 1942 dejó sus estudios en la Universidad Stanford y viajó a Chile para hacerse cargo del equipo de baloncesto de Universidad Católica.
Con el propósito de mostrarle los movimientos tácticos a sus jugadores, decidió integrar el equipo y deslumbró con su talento.
[1] Fue considerado el mejor baloncestista que ha jugado en Chile.
Su añoranza por la ciudad de Santiago y Universidad Católica era inmensa, al punto de confesar a su comandante que al final de la guerra festejaría el triunfo y su regreso a Chile.
Y más tarde también durante el Mundial de 1950, donde acabaron bronce, y el de 1954.