Al principio de su reinado, ante la guerra que entablaron lombardos con gépidos en Panonia actuó con pasividad, si bien unos y otros lo tentaron con promesas.
Una fuerza bizantina relevó al destacamento gépido en la ciudad, el único premio del Imperio durante todo el periodo.
Mientras tanto habían quedado solo dos protagonistas más allá del Danubio que se repartían el botín de los gépidos.
En el primer año invadieron la zona que rodea Venecia y se extendieron por el norte de Italia.
En 571 los armenios se rebelaron contra el rey Cosroes I y, apelando a la fe cristiana que compartían, pidieron la ayuda de Justino.
[1] Por entonces los ávaros, que habían esperado su oportunidad, presionaban en Dalmacia a las fuerzas al mando de Tiberio Constantino.
Los comienzos del reinado estuvieron marcados por una cierta tolerancia, pero las disensiones en la comunidad monofisita hicieron creer al emperador que podría ganarse a sus elementos tradicionales.
En 567 promulgó un decreto, que sin mencionar Calcedonia, ennumeraba los puntos sobre los cuales se podría llegar a un acuerdo.