El ejercicio de su profesión como notario en diversas localidades españolas le permitió conocer a fondo la España rural, pero fue sobre todo su estancia en la villa palentina de Frómista la que ha dejado un recuerdo más vivo.
Crítico, con frecuencia despiadado, pero siempre riguroso de las situaciones existentes en la España de su tiempo, nos ha dejado obras imperecederas, como la famosa Castilla en escombros: las leyes, las tierras, el trigo y el hambre (1915, reimpresa varias veces).
Conocía bien, por otra parte, los libros del irracionalismo francés, Le Bon, Barrès y Avenel.
Propugnó un modelo de desarrollo que no se llevase por delante el mundo campesino y fuese respetuoso con la naturaleza; por eso no le entusiasmaron ni la urbanización del país ni los avances de la agricultura cerealista.
Hoy suena algo ingenua su propuesta de que se puede simplificar la política desideologizándola.