Además, el mismo Ceballos realizó una selección adaptada al Triduo Pascual, Dispertador del alma religiosa (Madrid, 1723) y un extracto con las revelaciones de Jueves y Viernes Santo, Relox doloroso... extraído de la passión y muerte de nuestro redentor (Madrid, 1727), del que se hicieron nuevas ediciones en Murcia en 1753 y 1772 con dedicatoria de Antonio Fontes Carrillo.
A los doce años ingresó en el convento del Corpus Christi de agustinas descalzas tras una primera visión de Jesús con la cruz a cuestas que le decía: Quiero que seas religiosa y me sigas en mi cruz.
[7] Aun antes de ingresar en el convento, con once años, habiendo sido pretendida por un adolescente, había sentido tentaciones, según contaba, que la inclinaban a la vanidad y que se vieron acrecentadas tras los votos conventuales.
Provocándola a la lujuria, el demonio le representaba imágenes de mujeres y hombres desnudos en actitudes deshonestas cuando miraba las de Jesús y la Virgen, tentaciones que combatía con rigurosas penitencias y la continua meditación sobre la pasión de Cristo, siempre con discreción, para no llamar la atención de sus hermanas ni faltar a la humildad.
[8][9] Con realismo, en algunos momentos descarnado, y agregando algunos detalles y padecimientos nunca antes revelados, Juana de la Encarnación relata en su escrito cada instante de la Pasión de Cristo, al que acompaña espiritualmente desde el Domingo de Ramos hasta el Calvario, sufrimientos que se le comunicarán materialmente y que sentía físicamente en su propio cuerpo, según pudo observar alguna vez descubriéndose cardenales.