Compartió la vida religiosa con otra monja venerada como santa Inés de Bagno di Romagna.
Juana murió en 1105 y todo lo que se pueda decir de ella, aparte de estos, son solo leyendas.
La más sonada de estas leyendas es que cuando murió todas las campanas del pueblo repicaron espontáneamente.
[2] A Juana de Bagno di Romagna se la tiene por santa desde siempre, ya en su orden religiosa y en la comarca le rendía culto como tal desde el siglo XII, el cual fue confirmado por el papa Pío VII, mediante una canonización equipolente, el 15 de abril de 1823, junto a su compañera Inés.
[3] El Martirologio romano recuerda su memoria el 16 de enero.