Consistía en un tubo metálico o de porcelana, cerrado en un extremo y unido a la culata en el otro, y un quemador ajustable que podía moverse para colocar su llama en cualquier punto de la longitud del tubo.
Cuando la compresión era suficiente para que el combustible alcanzara el área al rojo vivo del tubo, se producía la ignición.
En los diseños iniciales, el tiempo de encendido se ajustaba regulando la posición del punto de calor al rojo en el tubo moviendo el quemador respecto al tubo.
Fue extremadamente difícil encontrar materiales económicos que fueran lo suficientemente duraderos para estas condiciones.
Los tubos utilizados eran típicamente de 6 a 12 pulgadas de largo (entre 15 y 30 cm), lo que tendía a hacerlos poco prácticos para su uso en cualquier cosa que no fueran motores grandes (por ejemplo, motores estacionarios en fábricas).