Ida Laura Pfeiffer

Sus crónicas llamaban poderosamente la atención, ya que viajar sola era algo muy inusual para una mujer de su época (periodo Biedermeier).

Aloy Reyer basaba la educación de sus hijos en el valor, la fuerza, la sobriedad y la resistencia al dolor.

Ida se crio como un chico más, jugaba en libertad, hacía deporte y leía diarios de viaje.

Sin embargo, la madre no aprobó esta relación por considerar al tutor poco digno para su hija.

La pareja vivía por separado, él en Lemberg y ella en Viena, pero nunca se divorciaron.

En 1837, la madre de Ida muere y la herencia que recibe le permite dar un giro radical a su vida.

Durante una visita familiar en Trieste, Ida ve el mar por primera vez en su vida y, como escribió posteriormente en sus cuadernos, aquello despertó en ella un ansia por viajar casi incontrolable.

Con 45 años, libre por fin de cargas familiares, Ida vende sus propiedades y se aventura a viajar por el mundo.

La idea de una mujer viajando sola era impensable en ese momento, e Ida tuvo que mentir diciendo que iba a hacer una peregrinación a Tierra Santa, algo más aceptable para la moral de la época.

Sin embargo, Ida se quedó muy decepcionada con este último destino, que imaginaba como un sitio idílico, la «verdadera Arcadia».

Conoció a la reina sueca en Estocolmo, volvió a Viena en octubre de 1845 y al año siguiente se publicó el libro en el que narraba toda esta travesía: Reise nach dem skandinavischen Norden und der Insel Island im Jahre 1845 [Viaje al norte escandinavo y a la isla de Islandia en 1845].

La gente de ese lugar se quedaba muy sorprendida, ya que ver a una mujer blanca era algo muy inusual.

Esta vez, como viajera consagrada, recibió invitaciones por parte de compañías ferroviarias y navieras.

Fue la primera mujer blanca en realizar una ruta por el interior de Borneo, convirtiéndose en referente para otros exploradores.

En mayo de 1856, Ida inició el que fue último viaje, con destino a Australia.

Pero pronto surgieron conflictos internos, Ida fue acusada de espionaje, fue encarcelada y expulsada junto con otros cinco europeos.

Sus anotaciones no siempre se ajustaban a las normas científicas, pero resultaban interesantes para los etnólogos.

La viajera Pfeiffer describió el aspecto de las personas que conoció, a veces con valoraciones muy subjetivas, y trató con todo detalle los contrastes que había entre los «salvajes», es decir, los indígenas, y los «civilizados», los ciudadanos de las potencias coloniales.

No tenía ningún pudor a la hora de mostrar su juicio ante las cosas que observaba en sus viajes.

Ese modo de escribir, libre y directo, tuvo un gran éxito entre sus contemporáneos.

Durante una estancia en Berlín, conoció a Alexander von Humboldt, del cual escribió en sus crónicas: «Me recibió de forma exquisita y amistosa, y mis viajes no sólo parecieron interesarle, sino que se quedó tan asombrado que exclamó varias veces: “¡Has logrado cosas increíbles!”».

También menciona a diversas personalidades de la época: «[...] No menos calurosamente me recibió Bettina von Arnim...

Trieste mediados siglo XIX
Portada del libro The Story of Ida Pfeiffer and her Travels in many Lands (1879)
The Story of Ida Pfeiffer and her Travels in many Lands (1879). Illustración (Ruderboot, Madras, India).
The Story of Ida Pfeiffer and her Travels in many Lands (1879) Ilustración de Kap Hoorn.
Ida Pfeiffer con indumentaria de viaje.
Ida Pfeiffer, durante su viaje a Madagascar (1856).
Sepulcro de Ida Pfeiffer.