En el siglo VII, como en los siglos anteriores, la transmisión de las leyendas, las genealogías y los textos literarios en la antigua Arabia era fundamentalmente oral, a pesar de que existía la escritura: la lengua árabe contaba con un alfabeto propio, derivado del fenicio.
No fue hasta tres décadas después de la muerte del profeta cuando el califa Uthmán ordenó fijar por escrito el texto sagrado.
En los siglos posteriores, y a pesar del extraordinario desarrollo que conocieron la escritura árabe y los textos escritos a raíz de la expansión islámica, se conservó la costumbre de memorizar el texto coránico.
La recitación del Corán se hace en forma de canto o salmodia.
Las palabras hafiz y hafiza (con las variantes de pronunciación hafid, hafed, hafez, jafiz en castellano, etc.) se han convertido también en nombres propios de hombre y mujer, respectivamente, usados en todo el mundo islámico.