Se calcula que de 1835 a 1843 entre doce y quince mil afrikáneres tomaron parte en dicha migración.
[2] Entonces, Gran Bretaña entró en guerra con la República Bátava, aliada de Napoleón, y conquistó Ciudad del Cabo en 1795.
Desde el Reino Unido se enviaban cada año decenas de misioneros con el objetivo de cristianizar y educar a los hotentotes, a quienes se pretendía equiparar con los colonos europeos.
Su hermano y otros cuatro compañeros decidieron vengar su muerte e iniciaron una pequeña rebelión.
Todo esto generó una intensa hambre de tierras que, combinada con la deficiente administración británica, hizo pensar a muchos bóeres que su futuro se encontraba fuera de la colonia del Cabo, más allá del río Orange.
Los emigrantes se adentraban en el interior de África, una tierra completamente desconocida que todavía no había sido explorada y cartografiada por los europeos.
Así pues, Potgieter decidió enviar tres grupos de exploradores, cuyos destinos eran, respectivamente, el África del Suroeste (actual Namibia), el Soutspanberg (en el remoto norte, junto al río Limpopo) y Natal, en la costa índica de Sudáfrica.
A todos estos se les englobó en un conjunto para denominarles con el mismo nombre, el de voortrekkers (pioneros).
El más importante parece ser el descontento con el mandato británico que acababa de ser impuesto.
Las tres repúblicas fundadas por los voortrekkers prohibieron la esclavitud en sí misma, pero incluyeron la desigualdad racial en sus constituciones.
A pesar de promulgar esta ordenanza, la desigualdad racial continuó existiendo en otras colonias británicas en el África austral.
A raíz de desacuerdos entre los dirigentes bóeres, varios grupos se separaron, dirigiéndose algunos hacia el norte cruzando el Drakensberg hacia Natal, con la idea de crear otra república en esa región.
Tras acabar con la delegación de Piet Retief, los batallones zulúes atacaron inmediatamente los campamentos bóeres en las colinas del Drakensberg que más tarde se conocerían como Blaauwkrans y Weenen.
Las armas de los bóeres les proporcionaron una amplia ventaja tecnológica sobre las lanzas, palos y escudos zulúes.
Los bóeres atribuyeron su victoria a un voto que habían hecho a Dios antes de la batalla: si salían victoriosos, ellos y las generaciones futuras conmemorarían el día como un Sabbath.