También levantó trabas para su participación en política y se permitió que los militares se postularan como candidatos a cargos electivos —si bien requerían la aprobación del Ministro del ramo— y computaban el tiempo durante el que ejercieran esos cargos como antigüedad a los fines de sus ascensos.
Los suboficiales vieron mejorar los alojamientos que se les proporcionaba, se hicieron barrios destinados a los mismos y sus familias en las cercanías de las unidades militares, se otorgaron préstamos para ellos y becas para sus hijos, facilitándoles asimismo el acceso de estos a la carrera militar de oficial, lo que se reflejó en su creciente adhesión política a Perón pero, al mismo tiempo, parece haber sido un factor de irritación en algunos oficiales que veían invadidos sus privilegios.
O mejor dicho, un estado de virtual alzamiento en algunos sectores del Ejército que sólo necesitaba un jefe para materializarse.”[3] Menéndez y Lonardi tuvieron dos reuniones secretas en agosto de 1951 donde se explicitaron sus desacuerdos.
Estos aviones, más los ubicados en Punta Indio, si fuera necesario bombardearían los otros aeropuertos cercanos a Buenos Aires y la Casa de Gobierno mientras la columna terrestre avanzaba sobre la Capital Federal.
Desde allí fueron a la Escuela de Caballería que había sido sublevada por el capitán Víctor Salas y luego al Regimiento C-8 en el cual, cuando eran ya las 7 de la mañana, encontró que no había combustible para movilizar los tanques.
A todo esto llegó el jefe del C-8 teniente coronel Julio Cáceres que recibió el apoyo de los suboficiales, produciéndose un tiroteo en el cual cayó muerto el cabo Miguel Farina pero finalmente los sublevados dominaron la situación.
De los treinta tanques, sólo pudieron movilizar a siete —probablemente por sabotaje de los suboficiales— pero antes de llegar a la salida otros cinco tuvieron desperfectos y debieron ser abandonados, por lo que en definitiva la columna golpista partió al mando del general Menéndez con dos tanques Sherman, tres unidades blindadas y 200 efectivos a caballo.
En cambio, aprovechó para depurar las fuerzas armadas desprendiéndose mediante su retiro de oficiales que nada tenían que ver con la rebelión, como fue el caso de los generales Arturo Rawson y Ángel Solari.