De orígenes humildes, González Dávila afirma que sus padres eran muy pobres y que lo enviaron a la catedral de Toledo como monaguillo, donde destacó por sus cualidades en canto.
[2] Al poco de ingresar en la orden, con diecisiete o dieciocho años, fue recomendado a Francisco Jiménez de Cisneros, entonces recién nombrado provincial de los franciscanos, que tenía la necesidad de un joven acompañante que le hiciera menos pesado el viaje que debería realizar y le ayudara en sus tareas.
Así, Ruiz se convirtió en hombre de confianza, confesor y secretario del futuro cardenal, y ambos hicieron camino juntos, Cisneros sobre un asno y Ruiz a pie; además, este pedía limosna en nombre de los dos, pues no permitía que Cisneros lo hiciera.
Tres años más tarde murió el cardenal Cisneros, que dejó a Ruiz como testamentario.
Ruiz fue siempre un gran amante del arte, y durante su mandato encargó varias esculturas para la catedral de Ávila a Vasco de la Zarza.