Las persecuciones la habían sacudido con furia: en 1643 se apuntaló espiritualmente con la muerte del protomártir de China, Franciscano Capillas.
Nos narra que una mañana, se encontraban por la calle Carmelitas y Cavilla, varios niños de unos 8 años, jugando a moros y cristianos (otras versiones dice, que lo hacían por la Plaza de San Juan).
Quiere hablarte el Prior.- Se lo contó a sus padres, quienes creyeron que lo llamaría para que prestara servicio en el Convento, que como monaguillo u otro menester, y así al día siguiente, muy arregladito, se presenta Francisco, en las puertas de Santo Domingo y, tras tocar la campanilla, es recibido por el fraile portero, quién a regañadientes lo presenta ante el padre Prior y éste extrañado dijo que no había citado a ningún niño.
Para mayor tranquilidad, le presentó a varios frailes y como ninguno de ellos fuese reconocido por el niño, lo despidieron del Convento sin ser creído.
El Prior, ante la insistencia de los pequeños, convoca en el coro a todos los sacerdotes, frailes y profesantes, pero ninguno de ellos es reconocido por Francisco, quién despachado, se dispone a salir de nuevo del Convento, atravesando la Iglesia, pero ha aquí, que de improviso se para y empieza a gritar: -Padre Prior, Padre Prior, éste, éste, fue el fraile que me llamó ayer.- Acuden a los gritos del niño, el Prior y los demás dominicos y lo rodean con gran sorpresa, pues Francisco, sonriendo, con la mano derecha extendida y su dedo índice, firmemente señalaba la figura de un Dominico.
El niño Francisco Díaz, comenzó a frecuentar iglesias, actuó como “seise” en la de Santa María.
Desde entonces ocupa un altar dentro de la Iglesia católica, aquel niño que una mañana, abandonó sus deberes, y cuando jugaba a moros y cristianos, bien por la calle Cavilla o por Plaza de San Juan, fue llamado por un sorprendente fraile dominico.