Paladine, en justa furia, desencadenó la Guerra de Todos los Santos contra los dioses del Mal.
Ésta terminó con ambos bandos heridos, pero el campo de batalla, Krynn, quedó destruido casi por completo.
Trabajando a través de sus adoradores antes que en persona, pudo traer un lento cambio sin poner en peligro la débil materia de la creación, aconsejando a los otros dioses del Bien que hicieran lo mismo.
Estos demostraron ser un arma lo suficientemente buena como para desbaratar los planes del Mal durante más de un milenio.
Durante este tiempo, las lágrimas de Paladine resplandecieron brillantes en el cielo nocturno.
Desde entonces, ha vuelto su mano al agotador e incesante trabajo de guiar a los inconstantes mortales.
Incluso en la pausa que siguió a la guerra, Paladine ha regresado ocasionalmente en forma de avatar para espolear la obra del Bien.
Incluso en la pausa que siguió a la guerra, Paladine regresó ocasionalmente en forma de avatar para espolear la obra del Bien.
Esta ontología importa poco a los dragones, sin embargo, porque instintivamente captan la presencia divina y muestran deferencia.
Mortífero en la batalla, es aún más hábil como hombre de estado, y arrastra a las multitudes con sus elocuentes discursos.