Con esas gestiones entró en contacto allí con importantes eruditos y filólogos, por ejemplo el cardenal Francisco Antonio de Lorenzana, quien compartía similares intereses.
Andando el tiempo será Arévalo incluso su secretario, en circunstancias especialmente difíciles para la Iglesia, para Italia y para la generalidad de Europa.
Como atestigua su epistolario, su labor fue minuciosa no sólo en las Bibliotecas romanas, sino en las españolas (de las que eran enviados códices por él solicitados).
Bartolomé José Gallardo, que era de su mismo pueblo, le tenía también por bibliógrafo, pues cita en su Ensayo (1863, vol.
271) un manuscrito suyo con una lista de autores jesuitas y sus obras que utilizó él mismo para sus trabajos bibliográficos, Symbola literaria a Jesuitis Hispanis olim Roman missa ad Bibliothecam S.J.