[4] De hecho, el ideal tradicional del sistema ie designa al hijo mayor varón como heredero de la familia, quien se hace responsable del cuidado y la manutención de los padres ancianos, mientras que los hijos menores pasan a formar familias autónomas, pero que siguen estando vinculadas y subordinadas (según el grado de interdependencia económica) a la principal.
Por ello, en el Japón de preguerra estaban muy extendidos los matrimonios concertados (見合い, miai?)
en los que la joven pareja tenía poca o ninguna participación en el acuerdo.
[6] Estos matrimonios los gestiona un mediador especializado que asume la labor y la responsabilidad de comunicar a los padres un eventual rechazo o una conclusión satisfactoria del acuerdo.
La política de democratización llevada a cabo por los Aliados durante el periodo de ocupación contribuye a afianzar este proceso: en primer lugar, se despoja al antiguo sistema familiar de su poder legal, mediante la abolición de la herencia a disposición únicamente del hijo mayor varón para pasar a una herencia compartida entre todos los miembros del núcleo familiar.
Al igual que ocurre en otros países industrializados, cada vez más jóvenes tienen la oportunidad de acceder a la educación superior y cada vez más mujeres acceden al mercado laboral; por otro lado, la seguridad de encontrar un empleo disminuye, y los jóvenes empiezan a retrasar el matrimonio lo máximo posible o directamente no se casan.
El escaso tiempo de que dispone la pareja para estar juntos aún no se aborda como un verdadero problema.
Esta última difiere de su concepción anterior en tres conceptos clave: en primer lugar, las relaciones de pareja están cada vez más unidas a la idea romántica del amor, y la vida matrimonial se basa en las relaciones sentimentales y ya no en un mero acuerdo económico entre las partes.
Estas cifras reflejan el aumento del nivel educativo de ambos sexos y el patrón prácticamente universal de que las mujeres trabajen fuera del hogar durante varios años antes de casarse, lo que reduce la brecha en la formación académica y laboral entre mujeres y hombres.
Este hecho se refleja también en la parrilla televisiva, de la que en pocos años han desaparecido los programas generalistas destinados a entretener a toda la familia, para ser sustituidos por programas específicos para cada franja de edad, así como por programas destinados al segmento adulto en horario nocturno.
Tras alcanzar un máximo en 2002 (289.836), el número de divorcios se ha estabilizado[20] y, aunque la mayoría de ellos se producen en torno a los 30 años, se observa un notable aumento del número de divorcios entre personas mucho más maduras, que ven cómo su matrimonio termina coincidiendo con la jubilación del cónyuge masculino.
Este fenómeno contrasta significativamente con la norma tradicional según la cual la esposa debe actuar como el pegamento que mantiene unida a la familia y soportar cualquier desavenencia con su marido.
Este sistema requiere que la pareja casada comparta el mismo apellido, y que uno de los cónyuges (por lo general la esposa) renuncie a su apellido para adoptar el del otro.
Así, si un joven necesita el koseki para matricularse en una escuela, o para solicitar un trabajo, todos los interesados conocen cuándo y cómo se divorciaron sus padres.
[34] Desde 2017, seis ciudades o subdivisiones de Japón (Shibuya, Setagaya, Iga, Takarazuka, Naha y Sapporo) reconocen las uniones entre personas del mismo sexo, concediéndoles algunos de los beneficios del matrimonio.
El padre suele pasar muchas horas fuera de casa, si bien hay algunas excepciones como las de los padres que regentan negocios familiares y la familia vive y trabaja bajo el mismo techo.
En este caso, no hay una separación clara de la figura paterna del resto de la familia, separación que constituye una dinámica peculiar en la vida familiar japonesa.
[14] Es habitual que las madres asuman toda la responsabilidad de la crianza de sus hijos, supervisen su educación y gestionen la economía familiar, circunstancia que supone una fuerte presión tanto para las mujeres japonesas como para la relación entre la madre y los hijos.
Este fenómeno, registrado por primera vez a finales de la década de los 60, provoca numerosos suicidios cada año en Japón, a los que se suman muertes naturales como las causadas por ataques cardíacos.