Mantuvo una relación activa con los ermitaños de la zona quienes solían viajar a la ciudad para cambiar sus cestas tejidas por alimentos.
En una oportunidad mientras rezaba frente a la cruz tuvo una visión: En las profundidades del bosque muchas llamas pequeñas ardían.
Las llamas se alimentaban unas a las otras y al pie de la cruz una gran llamarada consumía su base.
Pronto muchos comenzaron a unírsele, conducidos bajo la sabia y culta personalidad de Eusebio.
Tras esto Eusebio viajó hacia los grupos de ermitaños más importantes del reino húngaro.
A estos dos monasterios pronto cada vez fueron sumándoseles otros más, quienes siguieron el mismo estilo de vida propuesto.