La ignorancia sobre el cólera y la falta de higiene entre los alicantinos, provocaron 1964 muertes en los 47 días que duró la epidemia.
Años más tarde, en 1870, Eugenio Barrejón volvió a demostrar su labor caritativa siendo alcalde de Alicante, mientras ayudaba y socorría a los afectados por la epidemia de fiebre amarilla.
Eugenio Barrejón murió en 1878, a una edad muy avanzada, admirado y querido por el pueblo al que había ayudado en dos ocasiones.
Los alicantinos decidieron costear por suscripción popular un busto de bronce en su memoria, al tiempo que el Consistorio presidido interinamente por el catedrático José Soler erigía la columna de honor que lo sustenta desde 1884.
Hasta 1939 tuvo además una vía pública dedicada a su memoria.