Epigrafía griega

De forma convencional la ciencia moderna ha establecido que la epigrafía estudie en principio todos los textos inscritos en material duro, ya sea piedra, cerámica o metal, material que en cierta manera condiciona un tipo de contenidos.

En cambio los textos papiráceos, que forman un grupo cronológica y geográficamente bastante limitado aunque muy numeroso y en el que abundan, a diferencia de en la epigrafía, los testimonios literarios, pasan a ser objetivo de otra ciencia llamada papirología.

No es difícil imaginar a qué corresponden los tipos de epígrafes griegos si pensamos en el mundo actual.

Entre estos destacan sobre todo los documentos de tipo público y oficial, leyes, decretos, que en la antigüedad se exponían públicamente grabados en piedra, aunque los originales se escribieran en tablillas de madera estucada o blanqueada, o, mucho más raramente, en papiros o tablillas de arcilla y se guardasen en archivos.

También documentos privados que actualmente se escriben en papel son objeto de la epigrafía griega, como cartas inscritas en plomo, contratos en uno u otro metal, o en piedra, etc.

Las estelas funerarias son un ejemplo de esta doble función pues por un lado sirven para marcar el lugar donde está enterrado el muerto y por otro sirven de superficie para dar información sobre el difunto, dedicarle un poema o incluso meditar sobre la muerte.

Los límites geográficos que abarca la epigrafía griega comprenden cualquier lugar donde se hablara o escribiera en griego, es decir que se extienden a medida que se extienden las fronteras del mundo griego e incluso en época imperial romana siguen abarcando toda la parte oriental del imperio, donde el griego sigue siendo la lengua normal de comunicación y la lengua oficial en todo lo que no es competencia del gobernador o del ejército.

La forma en que se nos han transmitido las inscripciones es a menudo fruto de la casualidad.

Las inscripciones no solo aparecen de forma casual, sino además muchas veces de forma fragmentaria, con lagunas, es decir partes borradas, dañadas o escritas en una parte del soporte roto y perdido.

La tarea del epigrafista es en primer lugar, con su dominio de la lengua griega, que con frecuencia plantea problemas considerables en las inscripciones debido a su sintaxis, léxico y ortografía particular, realizar una lectura correcta del texto de forma que la objetividad que en principio caracteriza a las inscripciones no corra el peligro de destruirse si la lectura no es adecuada o si se intenta leer entre líneas.

Una vez reproducido el texto lo más fielmente posible, el epigrafista cuyo objetivo no sea meramente la buena edición del texto para ponerlo a disposición de otros estudiosos, tendrá que interpretarlo teniendo en cuenta procedencia, fecha, condiciones en que ha aparecido (contexto arqueológico, etc.), y estudiándolo junto con otras fuentes dependiendo de su interés concreto.

Es verdad que ya en el siglo VIII a. C. existe un texto literario, el de Homero, y que los líricos proporcionan muestras de los dialectos jónico, dórico y eolio a partir del siglo VII a. C., pero son muestras en todos los casos de una lengua literaria en la que muchas veces o bien se adopta un dialecto específico para un género determinado porque la tradición así lo impone, como es el caso del beocio Píndaro que escribe en dorio, o bien hay mezclas dialectales como ocurre en el caso de Homero.

Pero también el estudio del griego dialectal en época clásica, hasta la adopción de la koiné en las diversas zonas, se basa en inscripciones.

Dedicatoria a Ptolomeo VI , rey de Egipto, s. II a. C.
Relieve votivo para la cura de una pierna enferma, s. II a. C.
Inscripción sobre un címbalo .
La más antigua inscripción ática proveniente de la Acrópolis de Atenas , datada en el siglo VIII a .C. Bustrofedon de dos líneas.
Decreto honorífico de la ciudad de Olunte . Siglo III a. C.-II a. C.
Tablilla de Micenas con su reproducción en la parte inferior.