Fue muy admirada por el filósofo Diderot, sin duda por su exaltación de la sencilla vida familiar y la intimidad que se transmite.
La adquirió el rey Luis XV y pasó a formar parte de las colecciones reales.
En la época se apreciaban las virtudes burguesas (honor, orden, ahorro) representadas por Chardin en contraposición al libertinaje general de la nobleza dieciochesca plasmado por Watteau.
Es un tema que ya con anterioridad se había tratado en la escuela holandesa de pintura del siglo XVII.
La ambientación se reduce al mínimo: una estantería con botellas, una fuente de arcilla y una cacerola en la pared.