La negativa de Crespo Vivot hizo que Bradley recurriera al entonces teniente Ángel María Zuloaga, a quien había entrenado previamente.
Junto al equipaje viajaban los globos y los elementos para producir hidrógeno ascencional.
La hazaña hubiera sido impensable sin contar con la ayuda del gobierno y pueblo chilenos.
La proeza dio lugar a festejos populares, marchas y manifestaciones multitudinarias en Mendoza y todo a lo largo del recorrido de convoy que los trasladó hasta Buenos Aires, donde fueron llevados en andas por el público.
Durante los años posteriores al cruce de los Andes, Eduardo Bradley se orientó hacia la aviación comercial, desarrollando un emprendimiento que serviría al territorio Sur de Argentina y Chile, entorpecido por las autoridades y posteriormente relanzado por la Fuerza Aérea Argentina como iniciativa propia.
El propósito de aquella visita a los Estados Unidos fue competir por segunda vez (ya lo había hecho en 1928) por la Copa Gordon Bennet.