Era gran vicario en Rúan cuando estalló la Revolución francesa.
Diputado de los Estados Generales, tomó el partido de la Corte y emigró en 1791; regresó en 1801, y, gracias a Duroc, su pariente, fue sucesivamente limosnero del emperador, barón, obispo de Poitiers y Arzobispo de Malinas.
Encargado de algunas negociaciones en España, contribuyó a engañar a Carlos IV y fue nombrado en 1812 embajador en Varsovia; pero cumplió muy mal esta última misión y cuando hubo terminado la campaña de Moscú se volvió a su diócesis.
Desde entonces se convirtió en enemigo encarnizado de Napoleón, y fue de los primeros que se declararon contrarios suyos cuando los aliados entraron en París.
No fue con menos frialdad recibido de los Borbones, y se vio obligado a renunciar a su arzobispado, porque no había sido nombrado por el Papa.